lucha

Thursday, September 14, 2006

 

La silenciosa revolución de los mapuches urbanos

Conservaron sus tradiciones y costumbres pese a la marginación. Los jóvenes estudian en la universidad y son militantes. Los niños no juran la bandera argentina y se abrazan a la propia.
Lucía Cañicura con Aimé Pichiñán y una amiga: nguillatún significa mendigar "y nosotros no mendigamos". El año pasado, cinco chicos recibieron su diploma con la bandera mapuche en la mano.
NEUQUEN (AN).- Lucía Cañicura tiene arrugas de pliegues rígidos, que sólo se atenúan cuando se permite sonreír.
La mujer recuerda que en el campo se comunicaba con las fuerzas de la naturaleza y que luego, aquí en la ciudad, la ceremonia se trasladó al interior de su casa, porque el festejo mapuche era mal visto, porque era despreciado y porque su origen era negado o prohibido.
Lucía mira fijo y advierte que ella jamás festejó un nguillatún. "Eso significa mendigar. Nosotros no mendigamos", sentencia la anciana sin edad, y se llena de silencios.
Mary Pichiñán, de 32 años, explica que aún no puede hablar de corrido en lengua mapuche (mapudungún) aunque sus hijos lo hacen a la perfección. También relata que cuando iba a cuarto grado juró la bandera argentina, como todos los chicos.
En cambio, sus hijos y otros niños mapuches se han negado, y a pesar de algunas resistencias las escuelas debieron aceptarlo.
"El año pasado, cinco chicos recibieron su diploma con la bandera mapuche en la mano, tampoco usan los nombres que tienen en la libreta; usan los propios, en mapuche", agrega Mary.
-¿Son mapuches-argentinos o simplemente mapuches?
-Ellos son mapuche (lo dice sin s al final), no se reconocen argentinos -responde la mujer.
Lucía, Mary y los hijos son parte de una silenciosa revolución urbana. Son los hombres y mujeres de la tierra -tal es la traducción de la palabra mapuche- que desde hace tiempo trabajan en un rescate esencial y en una complicada reconstrucción que va mucho más allá del folclore de las artesanías y los colores.
Las caras visibles son muchas, nadie se esconde ya. Y entre todos los 'che', asoman las mujeres, tres generaciones sintonizadas a pesar de los agujeros que cavó la historia.
El Limay está muy cerca, colmado. También son inmediatas las construcciones ribereñas que devoran los últimos cuadros de una chacra prestada que hace de campamento. Aquí Lucía es la ñaña (abuela) que sabe y que ahora dice con placer lo que antes callaba. Aquí los mapuches pelean por no dejar de serlo y las mujeres están a la cabeza de una lucha que se libra en todos los frentes. Y suman, en la calle, en los estrados judiciales, e incluso en la prensa.
"La traducción exacta de nguillatún es mendigar, como dice la ñaña, y el mapuche no tiene ninguna ceremonia para mendigar, estamos en contacto, nos contactamos con las fuerzas naturales, esa acción se llama yejipulzuyun", aclara y deletrea Ailín Ñancucheo, de 18 años.
La muchacha es miembro y parte de una pléyade potente, empeñada en rescatar, difundir y reivindicar una cultura adormecida en mucha gente que no se admite como parte del pueblo originario.
En la capital neuquina, la agrupación "Norgvbamtuleayiñ" (entre todos retomamos nuestra educación) lleva siete años como abanderada de una lucha en plena expansión. La rareza de las palabras se apoya en el grafemario que ellos mismos han diseñado en los últimos años, en ausencia de testimonios escritos.
Ailín y su amiga Aymé Pichiñán, también de 18, estudian Sociología en la facultad de Derecho. Son hijas de una generación de mapuches que decidió cambiar la historia en la década del '80, a pesar de los esfuerzos por encriptar el pasado al que se vieron obligados sus mayores.
Sólo en Neuquén se estima que viven más de 30.000 mapuches, la cifra se duplica si se habla de la provincia y supera las seis cifras si se contabilizan los descen
De luchas y reclamos
Choique Purrún: los chicos bailan descalzos sobre un colchón de hojas heladas.
NEUQUEN (AN).- En los últimos años, los mapuches de Neuquén protagonizaron luchas y reclamos en los que casi siempre la justicia terminó por darles la razón. Los reclamos por la contaminación petrolera en la comunidad Paynemil de Loma de la Lata, las presentaciones y manifestaciones de las comunidades de Chapelco y la ocupación y recuperación de las tierras de Pulmarí se han transformado en íconos de una postura bien definida que, la mayoría de las veces, confronta con la postura del gobierno.
A la vez, los mapuches urbanos agrupados en la Coordinadora de Organizaciones Mapuches (COM) son habitués en la marchas que los organismos de derechos humanos, gremios y organizaciones sociales realizan en esta capital. Esta definida participación, de gente habituada a confrontar, se ha preocupado también por una amplia difusión cultural, dirigida a propios y extraños. Hace un par de años, por primera vez, rescataron la ceremonia del Katan Kawiñ, la despedida femenina de la niñez.
Descalzos sobre un colchón de hojas heladas
"Cuando estás bailando, no sentís frío", aseguran los chicos entre el humo de los troncos de álamo.
NEUQUEN (AN).- Arden húmedos un par de gruesos troncos de álamo. Fluye un humo espeso y picante. Niños mapuches urbanos bailan como si fueran choiques, descalzos sobre un colchón de hojas de heladas.
"Es su primer baile, son chicos de la ciudad", explica un hombre que evalúa la ceremonia.
"Cuando estás bailando no sentís frío, de verdad; una sola vez en San Martín de los Andes usamos calzado, es que la nieve te quema", agrega Lautaro Nahuel, otro de los testigos del choique purrún.
Una niebla extranjera envuelve a los árboles desnudos de un invierno como pocos y Lucía Cañicura se pierde en el fuego. El pueblo mapuche festejó el 24 de junio la llegada de su año nuevo, el wiñoy xipantu. La actividad sirve para el fortalecimiento y para ordenar algunas de las muchas confusiones.
"Hay hermanos que por la mañana festejaban el wiñoy xipantu y que por la noche hacían la fogata de San Juan. Todo está un poco dado vuelta", explica Ailín Ñancucheo, como si hiciera falta. Una bandera de muchos colores flamea entre los árboles desnudos y alimenta la ceremonia. La creación de la bandera, en 1992, fue una de las claves para motorizar a la nueva generación de mapuches.

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